La rabia

Acciones sanitarias en Baja California durante el siglo XX

Arturo Fierros Hernández

Secundaria General 31, Baja California

arturofierrosh@gmail.com

La rabia siempre ha sido un problema para las ciudades emergentes.[1] Se cataloga por los epidemiólogos de dos maneras:

la urbana, propagada principalmente por perros o gatos domésticos que puede manifestarse en forma furiosa o paralítica, y la forma selvática, llamada vulgarmente derriengue como resultado de mordeduras por murciélagos infectados, así como coyotes, zorros, zorrillos, mapaches y posiblemente otros mamíferos terrestres.[2]

Las ciudades de la Baja California enfrentaron un desafío constante: la presencia de perros callejeros y la amenaza de la rabia. Este fenómeno se manifiesta de forma más contundente en las evidencias documentales desde inicios de la década de 1940 hasta finales del siglo XX.

Durante este periodo los espacios urbanos fronterizos comenzaron a crecer, tanto en extensión como en población. Hacia 1940 se registraron 78,907 habitantes y para 1950 ya radicaban 226,956 personas en Baja California.[3]3

La rabia se convirtió en una preocupación primordial para las autoridades sanitarias y la población en general. Como ejemplo de esto se puede referir un caso presentado el 10 de diciembre de 1942, en la ciudad de Tijuana, donde un perro que residía en la casa número 143 de la avenida G, mordió a sus propietarios e hizo lo mismo a otras 6 personas.[4]

En agosto de 1943, el periódico El Heraldo anunciaba medidas drásticas: todo perro que sea encontrado en la vía pública de la ciudad de Tijuana, “suelto sin bozal, será considerado como vagabundo y por tanto envenenado por la policía”. Con relación al asunto Carlos T. Robinson, delegado de gobierno de la ciudad, informó que en los últimos días “son ya 27 las personas […] mordidas por perros rabiosos”.[5]

Durante la década de 1960, los epidemiólogos identificaron la raíz del problema: el contacto entre los perros urbanos y suburbanos con la vida silvestre, especialmente con coyotes, era un factor determinante en la propagación de la rabia. Esta conexión entre la fauna urbana y la salvaje se convirtió en un punto focal para abordar la crisis.[6]

Entre septiembre de 1959 y junio de 1960 se presentó un brote en las áreas fronterizas de Mexicali y el Valle Imperial, esto evidenció la gravedad del problema. Los estudios demostraron que la vida silvestre tenía un papel crucial en la transmisión de la enfermedad, lo que complicaba aún más los esfuerzos de contención.

Ante este escenario, México y Estados Unidos realizaron un esfuerzo conjunto e implementaron campañas de vacunación masiva. A inicios de 1960 Mexicali recibió 35,000 dosis de vacunas estadounidenses, mientras que los esfuerzos locales parecían no surtir efecto. La rápida propagación de la enfermedad requería medidas urgentes y coordinadas.[7]

El 13 de enero de 1960, comenzó una campaña gratuita de vacunación contra la rabia en Mexicali. Como centros para la aplicación de la vacuna se utilizaron las escuelas del municipio, donde se administraron cerca de 8,000 dosis en un lapso de cinco días. Esta iniciativa de vacunación se extendió hasta el 12 de marzo, aunque la vacunación ya no fue gratuita, pues a partir del 1 de febrero cada vacuna tenía un valor de 10 pesos; se lograron inmunizar a un total de 13,687 animales.

En otros municipios como Tijuana se reportaron 8,050 perros vacunados, en Tecate 720 y en Ensenada 820, hasta el 27 de agosto de 1960. Cabe hacer mención que, durante el desarrollo de estas jornadas, los vacunadores identificaron casos evidentes de rabia en perros callejeros, así como “en mascotas que sus propietarios llevaron al departamento de salud”.[8]

Los datos reflejaron el impacto de estas medidas: mientras que en 1959 se detectaron 30 casos de rabia en Baja California, para 1961 la cifra disminuyó a 20. Además, durante un periodo de 14 meses, entre 1959 y 1960, se registraron 438 animales infectados con esta enfermedad, mientras que las autoridades mexicanas reportaron 74 perros con rabia, confirmados vía laboratorio en todo el territorio bajacaliforniano.[9]

La lucha contra la rabia no se limitó a los perros. Incidentes como la muerte de cuatro coyotes en el Rancho Neji de Tecate o la ausencia de ataques a ganado en áreas cercanas a la civilización señalaban la complejidad del problema, que requería una vigilancia constante y medidas preventivas a largo plazo.[10]

Los habitantes de las ciudades bajacalifornianas nos cuentan que era algo común ver perros sueltos por las calles todavía a finales de la década de 1960, algunos con dueño y otros sin él. Marco Antonio Samaniego refiere que, a inicios de los años 70, en la colonia Los Álamos, en la ciudad de Tijuana -donde él residía- “había una alta población de perros grandes, no como ahorita que son perritos, hijo-perros pues, eran perros de tamaño para seguridad, para cuidar las casas, tomando en consideración que había muchos lotes baldíos”.[11]

Carmelo Barajas con Gabriel Rivera y su perro “El Lobo”, en su casa ubicada en la Colonia Terrazas El Gallo, Ensenada, Baja California. 1994. Archivo fotográfico personal de José Gabriel Rivera Delgado.

En la mayoría de ciudades de la República Mexicana se tienen verdaderos problemas con el incremento de la población canina, la falta de recursos económicos compila los intentos para controlar este problema. Las campañas llevadas a cabo por los centros antirrábicos o centros de zoonosis, por lo general provocan conflictos con la población, ya que ésta tiene conocimiento de que sus perros serán sacrificados.[12] La señora Olga Silvia Ortega López  indica que cuando ella tenía entre 7 y 8 años (1950- 1951) “pasaba un carro con la vacuna para la rabia, [así como] la perrera”[13]en la colonia donde vivía en la ciudad de Mexicali.

En su tesis de maestría, M. Vega plantea que el incremento de la población canina es resultado de la liberación de mascotas pertenecientes a familias humildes que carecían de condiciones para su cuidado y alimentación, así como su función de acompañamiento para personas que viven en la calle. Además, complementa:

están los perros que viven en las casas o apartamentos y los dueños los sueltan solos a la calle, donde se reproducen y cuando regresan enfermos o con parásitos, la puerta ya no se abre, se habla de los animales que se compran como cachorros y cuando crecen ya no son bien vistos por la familia.[14]

La contención de la rabia, sin duda es un logro importante, pero la persistencia de perros abandonados representa un riesgo continuo para la reaparición de la enfermedad. La cultura arraigada de dejar a los perros contribuye a mantener reservorios para la rabia y otras enfermedades zoonóticas.

Esta perspectiva histórica evidencia que es crucial abordar esta cuestión mediante programas de concienciación pública, esterilización de animales callejeros y políticas de adopción responsables. También, la vigilancia permanente y la educación sobre la importancia de la vacunación de mascotas son fundamentales para prevenir brotes futuros. La colaboración entre autoridades locales, organizaciones de bienestar animal y la comunidad es esencial para garantizar un que sea entorno seguro y saludable para todos.


[1] Yaguana J, López MR. “La Rabia canina: Su historia, epidemiología y sus medidas de control”. REDVET. Revista Electrónica de Veterinaria. 2017 Sep; 18 (9): 1-13.

[2] Llamas López L, Orozco Plascencia E. “Rabia: infección viral del sistema nervioso central”. Revista Mexicana de Neurociencia. 2009 May-Jun; 10 (3): 212-219.

[3] Piñera Ramírez D, Jaimes Martínez R, Espinoza Meléndez P. “Trayectorias demográficas de Baja California y California, 1900-2000. Contrastes y paralelismos”. Estudios Fronterizos. 2012 Jul-Dic;13(26):33-61.

[4] El heraldo de Baja California, 11 de diciembre de 1942. Vol. I, año I, Núm. 14.

[5] El heraldo de Baja California, 12 de agosto de 1943. Vol. I, año II, Núm. 120.

[6] Cocozza J, Alba A. “Wildlife control project in Baja California”. Public Health Reports 1962 Feb; 77 (2): 147-151.

[7] Hebert HJ, Humphrey GL. “Rabies outbreak in Imperial County”. Public Health Reports. 1961 May; 76(5): 391-397.

[8] Ibid.

[9] Archivo Histórico del Estado de Baja California, Gobierno del Estado, Caja 331, exp. 3, 1950.

[10] Cocozza J, Alba A. “Wildlife control project in Baja California”. Public Health Reports. 1962 Feb; 77 (2): 147-151.

[11] Entrevista realizada a Marco Antonio Samaniego, el 6 de enero de 2022.

[12] Vega M. “Actitudes, creencias y conocimientos de la población en relación con los perros y sus implicaciones en la salud pública, en Tijuana, B.C.”. Tesis para obtener el grado de maestra en salud pública, UABC, Tijuana, B.C.; 2006.

[13] Entrevista realizada a Olga Silvia Ortega López, el 29 de marzo de 2022.

[14] Vega M. “Actitudes, creencias y conocimientos de la población en relación con los perros y sus implicaciones en la salud pública, en Tijuana, B.C.”. Tesis para obtener el grado de maestra en salud pública, UABC, Tijuana, B.C.; 2006.


Carmelo Barajas con Gabriel Rivera y su perro “El Lobo”, en su casa ubicada en la Colonia Terrazas El Gallo, Ensenada, Baja California. 1994. Archivo fotográfico personal de José Gabriel Rivera Delgado.

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