Cuerpo, salud y enfermedad en la teoría galénica de la medicina
Gerardo Martínez Hernández
IISUE-UNAM
Los orígenes de la medicina occidental que prevaleció durante casi dos milenios se sitúan en el litoral sudoeste del Asia Menor. Entre los siglos V y IV a.C. en ese lugar se desarrollaron las bases de la doctrina médica que ha sido considerada el inicio de la medicina racional. Se ha concedido el honor a Hipócrates (c. 460-370 a.C.), oriundo de la isla de Cos, de ser el padre de la medicina.
Sin embargo, Hipócrates fue solamente uno de los recopiladores de una serie de tratados médicos que habían sido elaborados antes, durante, e incluso después de su existencia. Hipócrates, en efecto, fue uno de los tantos médicos que poblaron aquella isla y que probablemente participó en la formación del llamado corpus hippocraticum, una serie de cerca de sesenta escritos médicos.
Hacia el siglo II, el médico griego Galeno de Pérgamo (131-201?) comentó los trabajos hipocráticos, a los que incorporó materiales sobre anatomía. Más tarde sus estudios fueron asimilados e introducidos a Europa por la cultura árabe. El sistema de Galeno aportó una síntesis de la concepción de la naturaleza basada en la tradición hipocrática y en las doctrinas presocráticas. Igualmente el galenismo había asimilado conceptos fundamentales de la filosofía natural aristotélica y del platonismo.
Durante la temprana Edad Media los saberes médicos de Galeno arribaron a Occidente; sin embargo, lo que europeos sabían de sus tratados era el resultado de una serie de depuraciones de las fuentes árabes. Por ello, resulta un tanto forzado hablar de un sistema galénico. No obstante, la medicina académica medieval aceptaba una serie de conceptos fisiológicos bastante comunes que se podrían denominar galénicos.
Los trabajos de Galeno permearon totalmente el saber médico durante la Edad Media y el Renacimiento, por lo que el método, la teoría y la práctica de este saber quedaron apegados al llamado galenismo, pero ¿En qué consistía este sistema médico que perduró durante muchos siglos?
Los médicos y filósofos griegos consideraban que la naturaleza se ofrecía bajo dos facetas: una de carácter universal o macrocósmico y la otra de índole individual o microcósmica. La primera se ocupaba del conocimiento de un conjunto de fenómenos y fuerzas que componen el universo. La segunda era aquella que se ocupaba precisamente de la naturaleza humana, es decir, de la “fisiología”. Ambas entidades se encontraban en una estrecha interacción.
El galenismo señalaba que las partes del cuerpo humano se componían de cuatro humores: sangre, bilis negra, flema y bilis amarilla, que se correspondían con los cuatro elementos esenciales que señalaba la tradición aristotélica: fuego, tierra, agua y aire.
Los humores, al igual que los elementos, estaban formados por la combinación binaria de las cuatro cualidades primarias, de tal manera que la sangre era caliente y seca, la bilis negra era fría y seca, la flema era fría y húmeda y la bilis amarilla era caliente y húmeda. Cada humor tenía su asiento en uno de los principales órganos del cuerpo: la sangre en el corazón, la bilis negra en el bazo, la flema en el cerebro y la bilis amarilla en el hígado.
La mezcla de estos elementos daba a cada ser su temperamento o complexión (sanguíneo, melancólico, flemático o colérico) misma que reflejaba una combinación de cualidades única que variaba también según la edad y el sexo. Igualmente, los humores tenían una asociación con las cuatro estaciones, las cuatro edades del hombre y los cuatro puntos cardinales. Los humores, por lo tanto, eran los elementos que dotaban al organismo de características propias.

Las naturalezas macrocósmica y microcósmica eran principios que interactuaban en permanente relación, de tal manera que la primera determinaba e influía a la segunda. El médico, por lo tanto, debía estar atento al funcionamiento e interacción de ambas naturalezas y al equilibrio que debía guardarse entre ellas, ya que esta armonía era lo que permitía un correcto desempeño del cuerpo humano.
Una buena salud era el reflejo de una adecuada armonía entre los cuatro humores, por lo que la enfermedad no era más que un rompimiento del equilibrio humoral establecido. La enfermedad, además, impedía la equilibrada relación existente entre el individuo y su entorno natural.
El equilibrio natural de la salud se consideraba precario, ya que se creía que estaba sujeto a influencias externas potencialmente dañinas como la dieta, el estilo de vida o el ambiente. El desequilibrio humoral o enfermedad podía ser consecuencia de:
1) Factores externos: el clima, el frío, los vientos, etcétera.
2) Alteración de los propios humores que se corrompían por alguna causa.
3) Retenciones, opilaciones, obstrucciones, etcétera, que promovían la formación de apostemas, interrumpiendo el buen funcionamiento de un órgano.
Por lo tanto, devolver la salud a un enfermo era cuestión de que se restableciera el equilibrio humoral perdido; sin embargo, la medicina hipocrático-galénica estaba tanto enfocada a la preservación de la salud como al tratamiento de las enfermedades. Los médicos primero buscaban una manera de conservar el equilibrio a través de modificar o matizar la vida del ser humano.
La mejor forma de conservar la salud era practicar la moderación en todo. Un régimen sano se basaba en evitar el agotamiento, el acaloramiento, el exceso de comida, el excesivo gasto de energía y en los deseos inmoderados. Pero si la prognosis fallaba, entonces se debía buscar la manera de reestablecer el equilibrio humoral perdido
En primer lugar, los médicos se planteaban saber si la enfermedad era o no curable para, a partir de esto, proponer una terapéutica viable o abstenerse de ésta por completo. La terapéutica era individualizada, puesto que la enfermedad era el resultado de un desequilibrio particular de humores en cada ser humano. Los médicos tenían que elegir la terapia adecuada ¿Cómo se sabía cuál era el elemento que estaba en exceso o alterado? Esto era difícil de resolver y las disquisiciones en torno a ello lo eran aún más. Por lo general se atendía a lo que expresaban los sentidos.
La curación era complicada y se llevaba a cabo mediante distintos métodos, entre ellos emplear medicamentos para producir efectos contrarios a la enfermedad y aliviar los síntomas, y combinar muchos elementos diferentes cuidadosamente escogidos y mezclados según el estado, tipo físico, complexión y desequilibrio humoral de cada individuo.
Muchas veces la terapéutica era aplicada siguiendo el ejemplo e indicación del macrocosmos. Éste podía dictar cuál era el momento más oportuno para la aplicación de ciertos medicamentos, terapias o curas. Es por eso que los médicos también estaban interesados en la observación de la bóveda celeste. A veces se elaboraba una carta astrológica del enfermo y se tomaba como base para la interpretación causal de su enfermedad así como para su tratamiento.
Para saber más:
Barona, Josep Lluís, Sobre medicina y filosofía natural en el Renacimiento, Valencia, Seminari d’Estudis sobre la Ciencia, 1993.
García Valdecasas, Francisco “La teoría de los cuatro humores (o cómo sanaba la antigua medicina)”, en Medicina e Historia, Barcelona, Centro de Documentación de Historia de la Medicina de J. Uriachi, 1991, pp. I-XX.
López Beltrán, Carlos, “Cosas naturales y no naturales. Las fronteras de lo hereditario en el siglo XVIII”, en Diánoia: anuario de filosofía, XLVII, 49 (2002), pp. 65-93.
Martínez Hernández Gerardo, “Salud-enfermedad. El cuerpo humano en la teoría humoral de la medicina”, Metapolítica, 74 (julio-septiembre), pp. 24-30.
Viveros, Germán, Hipocratismo en México, siglo XVI, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1994.

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