Una diversión cancelada en Culiacán, Sinaloa (1912)
Carlos Ernesto León Inzunza
Universidad Autónoma de Sinaloa
Más allá de las variadas interpretaciones que se le puede dar, el carnaval es una fiesta que sirve para dar rienda suelta a las emociones, es un espacio de libertad y regocijo que representa un breve escape de una realidad cotidiana que apremia. Como diría Bajtín “es la segunda vida del pueblo, basada en el principio de la risa. Es su vida festiva”[1].
A pesar de la anarquía vivida durante algunos lapsos del periodo revolucionario en el estado de Sinaloa, en los que el miedo y el desasosiego se apoderaron de la sociedad, el carnaval no fue totalmente afectado por la lucha armada. Sin embargo, en ese tiempo sí existió una milenaria enfermedad que consiguió privar a los “culichis” de la esperada celebración anual.
Es necesario destacar que, durante esta época, distintos elementos configuraron una peculiar celebración del carnaval en Culiacán, que desde el año 1911 conoció una división en dos organizaciones responsables de llevar a cabo la fiesta: la del Comité Oficial integrado por la elite intelectual de la ciudad y la del Comité Obrero que estaba compuesta por trabajadores de las más diversas profesiones, todos ellos pertenecientes a la Sociedad Mutualista de Occidente.
Las pugnas entre ambas organizaciones fueron tantas que para aquel año habían decidido armar su propio programa, sus propias procesiones, bailes y coronaciones. Por lo que podríamos hablar de dos carnavales, con amplias expectativas y formulación de notas periodísticas diversas, que es la principal fuente de información histórica sobre estos temas.
Entre tanto, una letal epidemia de viruela se había propagado por el noroeste mexicano desde la última parte de 1911, por ello en enero de 1912, con el fin de evitar la reproducción de los contagios y el aumento de defunciones, en el Ayuntamiento de Culiacán se había contemplaba la posibilidad de suspender las fiestas del carnaval, así como los eventos masivos en la ciudad, además de la atención en los lazaretos, la campaña de vacunación (que se realizaba periódicamente desde fines del siglo XIX) y demás medidas sanitarias.[2]
La opinión pública, sin embargo, creía que lo mejor ante la cercanía de tan gran celebración en los meses febrero y marzo era hacer la cuarentena sin suspender la fiesta. Existía ya una disputa entre los organizadores, que -junto a la gente del común- pugnaban por no suspender la diversión carnavalesca, mientras que el Ayuntamiento -respaldado por las autoridades sanitarias- consideraba que lo mejor era restringir de manera inmediata cualquier reunión durante la contingencia.
La incertidumbre persistía y las defunciones seguían aumentando, pero los preparativos con miras al carnaval continuaban: la señorita Rafaela Ramos se consagraba con 11,962 votos como la flamante reina del Carnaval Obrero y en las instalaciones de la Mutualista de Occidente se llevó una abrumadora felicitación. Por la tarde, la soberana fue partícipe de un animado baile que terminó ya entrada la noche.[3]
Mientras tanto, una comisión de la organización carnavalesca continuaba en pláticas con el Ayuntamiento solicitándole el permiso para realizar las fiestas.[4] El gobierno escuchó atentamente los argumentos presentados, analizó la situación que imperaba en la ciudad y no tardó en dar la respuesta final: se suspendían las fiestas del carnaval y quedaba estrictamente prohibido realizar cualquier evento público por esas fechas. El Comité Obrero del Carnaval acataría encolerizado esa decisión en cuanto a sus celebraciones en las calles y en las plazas, pero al menos encontró una manera de salirse con la suya ya que pudo efectuar sus bailes de gala en los salones de la referida Mutualista de Occidente. Este simple hecho nos muestra que algo tan relevante como lo era el carnaval, no pudo ser desplazado ni cancelado por la incertidumbre y las balas del conflicto armado que imperaba en el país, y que unos meses más tarde desencadenaría en una nueva toma de Culiacán. En cambio, una epidemia logró poner en jaque a los habitantes de la ciudad. Todo se configura y nos demuestra que las enfermedades y las epidemias no hacen distinciones, en el pasado al igual que hoy restringen, cancelan, posponen, con una sociedad que acata a medias, vive el goce y se resiste peligrosamente a la prevención.
[1] Mijaíl Bajtín, La cultura popular en la Edad Media y en el renacimiento. El contexto de
Francois Rabelais, Alianza Editorial, Madrid, 2003, p. 14.
[2] El Correo de la Tarde, Mazatlán, 02 de febrero de 1912, p. 6.
[3] El Correo de la Tarde, Mazatlán 14 de febrero de 1912, p. 5
[4] El Correo de la Tarde, Mazatlán, 16 de febrero de 1912, p. 3.

Fuente: Colección Miguel Tamayo.
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