La viruela de 1793

una experiencia epidémica en los pueblos de San Pedro Azcapotzaltongo

Mario Alberto Roa López

CIESAS Peninsular

marius.roa@gmail.com 

El 3 de mayo de 1793, don Luis Migués recibió la orden del intendente, don Bernardo Bonovia y Zapata, y del virrey Revillagigedo para que se trasladara a la cabecera de Tlalnepantla de manera apremiante. Esta solicitud fue motivada por las noticias acerca de enfermos de viruela en San Pedro Azcapotzantongo, San Francisco Magú, San Miguel Hila y Cahuacán, pueblos ubicados en la región norponiente de la Ciudad de México.

Las labores de Luis Migués, subdelegado de Tacuba, consistieron en promover algunas medidas para evitar la propagación de los contagios y -desde luego- del aumento de defunciones. Se promovió la separación de enfermos y convalecientes, así como la atención a los contagiados, a quienes se les ayudó con la asistencia de “auxilios posibles”.

En concreto, para llevar a cabo el informe de la situación y las disposiciones para contener los brotes de viruela, Migués se apoyó en el testimonio del vicario que residía en Azcapotzaltongo, Julián Crisóstomo Quintana. El religioso notificó el número de enfermos y muertos. Además, Crisóstomo realizó lo necesario para canalizar el alivio y el fin de los contagios.

En los días siguientes, Luis Migués y Julián Crisóstomo recorrieron los distintos pueblos y recabaron la información sobre el número de enfermos con ayuda de las autoridades locales. En primer lugar, el alcalde de Azcapotzaltongo declaró que había seis párvulos enfermos, todos convalecientes; además de cuatro adultos, uno enfermo y tres en proceso de recuperación. En segundo lugar, Magú reportó un adulto, cinco párvulos enfermos y un menor fallecido. En tercer lugar, las autoridades del pueblo de Hila indicaron que no tenían virulentos. Finalmente, los pobladores de Cahuacán notificaron que dos “criaturas de pecho” estaban enfermas, sin embargo, ya se estaban recuperando.

Vale la pena mencionar que las autoridades de la ciudad de México exhortaron al vicario Crisóstomo y a los alcaldes para que los habitantes llevaran a cabo algunas instrucciones para evitar la transmisión de casos. Por ejemplo, se pedía que construyeran jacales para aislar a los virulentos y respetar el periodo de cuarentena.

Al mismo tiempo, se asignó al doctor Esteban Morel para que revisara a los enfermos e identificar el tipo de “viruelas” y la gravedad de la situación. El galeno concluyó que las lesiones de los pacientes eran “cimarronas” incapaces de producir graves afectaciones, pues algunas personas ya tenían las lesiones secas.

Finalmente, este evento demuestra cambios significativos respecto a las medidas ejercidas durante un posible fenómeno epidémico a finales del siglo XVIII. En primera, las autoridades civiles gestionaron las medidas de aislamiento y cuarentena desde los primeros reportes de brotes. En segunda, la participación de eclesiásticos siguió vigente en ámbitos de la salud. En tercera, es posible que el disminuido número de contagios y muertes esté vinculado con la práctica de la inoculación de años precedentes, pues el médico Esteban Morel emprendió está práctica como medio para prevenir la viruela en la epidemia de 1779.


Para saber más:

Florescano, Enrique y Elsa Malvido (comps.) 1982. Ensayos sobre la Historia de las epidemias en México, tomo I. México: IMSS.

Pérez Rocha, Emma. 2016. La tierra y el hombre en la villa de Tacuba en la época colonial. México: Secretaría de Cultura-INAH.

Imagen: Cicatrices producidas por la vacuna de la viruela en un tratado traducido por Balmis en 1803.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/historiayvida/historia-contemporanea/20200401/48219306052/operacion-balmis-expedicion-balmis-vacuna-viruela-hispanoamerica.html#foto-1

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