Venecia Citlali Lara Caldera
Universidad Autónoma de Sinaloa / vlaracal@uas.edu.mx
La viruela fue una enfermedad infecciosa caracterizada por erupciones que dejaban cicatrices para quienes lograban sobrevivir. Debido a la alta tasa de letalidad fue un flagelo para la humanidad por más de 3 mil años. Por fortuna, a partir del año 1980 podemos contar con una preocupación menos, pues la Organización Mundial de la Salud la declaró oficialmente erradicada.
Durante el siglo XVIII, el proyecto colonizador hispano tenía fuertes raíces en el noroeste novohispano por medio de asentamientos. Entre esos lugares había comercio marítimo y terrestre que permitía el tránsito de personas potencialmente portadoras del virus. En trabajos previos hemos documentado, solo en ese siglo, cinco brotes epidémicos y una pandemia de viruela. Uno de los aspectos interesante de éstas es que no afectaba solamente a indígenas, como en la etapa de Conquista. Se padecía por igual sin importar edad o condición social. Sin embargo, la viruela era más letal en niños. Un ejemplo particular fue el alto número de infantes que fallecieron en el pueblo de Navolato, en el actual estado de Sinaloa.
Generalmente, cuando estudiamos las epidemias ocurridas antes del registro civil y los censos nacionales, acudimos a los libros de entierros. Estos son anotaciones particularizadas que llevan los párrocos sobre las ceremonias de entierro que ofician. Sin embargo, la mortalidad en infantes era tan grande que incluso en los registros de bautizos quedaba constancia del impacto en la población.
Tan sólo en los bautizos ocurridos en Navolato entre 1770 y 1799 (por tener una muestra) 61% tienen anotada la frase “en peligro de muerte”, con ceremonia en casa y no en la capilla, como acostumbraban. La capilla de Navolato dependía de los servicios del párroco de Culiacán, por lo que tenían que esperar a sus visitas para oficializar los bautizos. Pero, ante el “peligro de muerte”, hubo varios registros de vecinos piadosos que oficiaban de manera improvisada un bautismo en casa. Días después el párroco otorgaba certeza del evento anotándolo en su libro.
El temor por el fallecimiento de infantes era respaldado por la realidad. Varios de esos bebés no llegaron al primer año de vida y fallecieron de viruela durante las epidemias de 1780 y 1798. Ellos no habían tenido oportunidad de desarrollar anticuerpos, tal como sus padres y abuelos al sobrevivir a brotes epidémicos previos.
Hace más de 200 años las medidas de mitigación estaban encaminadas al cierre de caminos, cuarentenas y rezos. No había más que esperar un milagro. Ninguna de estas acciones tenía efectos particulares en los infantes. En las estrategias ante las epidemias de viruela, los infantes eran invisibilizados.
Actualmente, con el monitoreo en tiempo real de la pandemia de Covid-19, tenemos la oportunidad de identificar los grupos de riesgo y crear medidas hasta cierto punto preventivas. Hoy no son los niños, sino nuestros adultos mayores y quienes padecen comorbilidades, valiosos integrantes de la sociedad, por quienes vale la pena quedarse en casa.

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